Por Francisco Ortiz
Estoy mojada, esta fiebre no baja. No me siento bien… sigo enferma… ¡Pero no me importa! Hoy viajo a Quito, así sea sola.
Esta noche me visitó otra vez ese sueño, el de siempre, ese en el que camino a la sombra del Ahuene (árbol, en lengua waotededo) con mi lanza corta; alerta para que el Wiñetairi (jaguar) no me coma. Desde niña mi abuela, Omari, me dijo que yo era una brava guerrera, que era una Wiña. Creo que por eso en mis sueños el Wiñetairi jamás me ataca, porque me veo en sus ojos, porque lo enfrento y lo respeto.
Debo masticar unas hojas de begoniaceae para bajar la fiebre y salir. Aún me acuerdo cuando Cawe, mi madre, me llevaba a las chacras y me enseñaba todo mientras caminábamos. Ella me decía: esto es medicina, esto puedes comer, esto no. Ahora me curo sola.
Tengo que levantarme. Mañana debo intentar hablar con el Presidente para contarle lo que está pasando con nosotros los waorani. ¿Será que no sabe? ¿Alguien le habrá contado?
Ya mismo amanece. Desde que llegué de niña con mis padres a Tzapino me ha gustado ver cómo el sol despierta al bosque y cómo las chontas florecidas dan de comer a los pájaros. Solo imaginarme que este bosque no exista mañana, me pone triste. La selva es como una mujer, da alimento a la familia, nos cuida a todos y nos deja crecer.
Parece que la fiebre está bajando. Estas hojas siempre curan. Pero lo que aún no se cura es mi corazón. Recordar lo que pasó en marzo cuando mataron a Ompore y Buganey siempre me hace llorar. Esas cinco lanzas largas las tengo pinchadas aquí mismo, en mi pecho. Han sido seis meses de lágrimas.
A ellos los mataron por venganza, porque los taromenane piensan que nosotros dejamos que los petroleros entren a sus bosques. Ellos se sienten atacados y se defienden, como animal herido, porque el bosque es suyo. Solo quieren proteger su tierra, sus animales. Son ellos los que defienden para todos el bosque, solo quieren vivir libres hasta viejos, igual que nosotros.
El sol ya salió y ahora camino otra vez a la sombra del mismo Ahuene. Esta ropa me pesa. Qué feliz era cuando tenía seis o siete años y andaba sin ropa por el bosque. Ahora tengo cuarenta y seis años y quisiera volver a ser niña y vivir tranquila como lo hacían los padres de mis padres.
Pero solo una parte de nosotros quiere vivir como antes, igual que los abuelos y abuelas. Ellos no necesitaban conocer nada de afuera. Nadie podía entrar a sus bosques, no había enfermedades ni problemas. Ahora estamos divididos. Cuando una parte de una familia waorani quiere negociar con la petrolera y los otros no quieren, se separan y forman otra comunidad. Así negocian. Se olvidaron que como el Ahuene y la chonta nos proveen y comparten sus frutos, sin pedir nada a cambio, los waorani hacemos lo mismo con las aves y otros animales… Solo ese compartir da felicidad y paz a nuestros seres humanos y no humanos.
Cuánto daño han hecho las petroleras a nuestro pueblo y ahora el Presidente quiere sacar el petróleo del Yasuní. Eso sólo traerá más problemas. Los taromenane se sentirán atacados y ellos nos matarán. Ya basta de problemas con ellos, no somos enemigos.
Sigo caminando. No comprendo cómo pueden decir los del Ministerio de Justicia que los taromenane y tagaeiri no existen, si jamás entraron en sus tierras a buscarlos. Tenían miedo de que los maten. Pero ellos están ahí desde siempre, prueba de eso son sus lanzas. Los del Ministerio tampoco saben leer sus huellas, piensan que tomando fotos desde un helicóptero podrán verlos ¡Eso es imposible! Cuando era chica y sonaba el motor de una avioneta, los más viejos nos escondían y salían ellos a defendernos. Nos decían que no salgamos porque nos podían llevar para siempre.
Para ser líder woarani es necesario tener el corazón de Ahuene y la fuerza del Wiñetairi, así decía Cogui, mi padre, cuando nos llevaba a enseñar a cazar a mi hermana mayor y a mí. Nosotras siempre debíamos estar calladas y cuando él nos indicaba salíamos a recoger los animales que cazaba.
Así aprendía a cazar y a ser líder. Ahora cuando entro a una comunidad las mujeres me respetan mucho. Me dicen Manuela, tú lo haces bien y por eso te vamos a ayudar; tú no tienes miedo. Has aprendido idiomas, compartes con la gente y la gente te busca. A sus hijas pequeñas siempre les repiten: ¡Mira a Manuela! Tú debes ser como ella de grande. Para mí eso siempre será un gran orgullo.
Sigo andando. Recuerdo que mi padre siempre nos mantenía fuera de este camino porque decía que conduce a lugares muy lejanos y que por aquí pueden venir enemigos. Ahora también sé que tenía razón. Por cualquier camino que uno abre, entran las petroleras y cualquier persona: madereros, mineros y luego nunca más se puede cazar ni pescar.
Al fin pude llegar para tomar el bus a Quito. La fiebre ya se fue. Ahora solo pienso en lo que le diré al Presidente, espero que me reciba. La verdad solo quiero preguntarle ¿por qué su gobierno no respeta la voz de los indígenas? ¿Por qué no respetan a la naturaleza y nuestra cultura? Quiero explicarle que el petróleo no es vida sino muerte. Solo la tierra es la vida. Nosotros los waorani pensamos que un espíritu fue quien sembró el petróleo bajo la tierra, pero esa tierra igual es nuestra, el bosque es nuestra comida y el agua es nuestra sangre con la que crecemos y vivimos…
“Presidente, en nuestra cultura, cuando hacemos algo mal, no nos castigan, ni nos llevan presos ni nos ortigan, sino que nos matan y ahí termina todo. Por favor respétenos, así como nosotros lo respetamos”.
Soy Manuela Omari Ima, Manuela por Manuelita Sáenz, y Omari, por mi abuela… Presidenta de la Asociación de Mujeres Waorani del Ecuador 2008-2014
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